Noche de paz

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Me gusta mirarte cuando te amo. Esa sonrisa distante de tus ojos azules, la velocidad de tus facciones, tan quietas. Y me siento culpable como un rumor, abrumado como un poeta que contempla al jardinero en su rosa un óleo perfecto. Pero no me atrevo a tocarte, un apenas roce de mis labios te despertaría de ese letargo de aguamarina vivísimo y estático. Oleaje en calma, labrado de la mar que anuncia la tormenta.
Quiero nadar en esos ojos aún navegables que me miran sin deseo porque estoy dentro de ellos, que me sienten en su más profundo centro porque ya no existo.
Cierras los ojos y se hace el silencio. Te vas y quiero que me lleves en tus entrañas como ese hijo que nunca tuvimos, que nunca tendremos. Pero no me atrevo a tocarte.
Acerco mi boca a tus labios entreabiertos. Mantengo esa distancia imposible como el abismo y bebo tu aliento, pausado y cálido. Aire empapado en ti. Esa respiración profunda que florece en tu interior y se derrama como agua viva por la habitación. Te comulgo con sed de huérfano pero no me atrevo y casi te toco.
Abres los ojos por mi roce arrepentido. La mirada se centra un instante en el beso, pero luego vuela ya sin mí con la furia de la cresta derramada. Desaparezco en tu mar, hundido en el azul. Me intento despedir con un desesperado movimiento pero ya es tarde y vuelas en plenitud. Sola, distante. Adiós.
Texto de GARIZA