Se me escapa

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En verano las tragedias se ocultan detrás de cortinas de algodón blanco. Cortinas pesadas que caen de sus barras como cascadas agotadas. Sin entusiasmo, sin brillo a pesar de los reflejos.Estoy viendo las noticias sentado en la butaca de la esquina del comedor. La sequía de los ríos queda lejos. Los peces agonizantes en un cauce seco quedan lejos, demasiado lejos detrás de la caja de madera del televisor. Estoy viendo la muerte sin entusiasmo, agotado por el calor y el peso de la tarde, y sólo estoy pensando en dormir una larga siesta.Abro los ojos. Ha sido un grito en el pasillo. Sólo un grito y un torrente de sollozos llevándose por delante todo lo que encontraba a su paso, una riada que ha arrastrado todos los muebles por la puerta del balcón. Es mi casa, es mi verano, son mis de vacaciones, y yo estoy contemplando por segunda vez en una misma tarde la muerte. Pero esta vez me pertenece.Mi padre sale del cuarto de baño y camina por el pasillo con los pantalones bajados hasta los tobillos. Cuando ya no puede más se detiene y extiende los brazos hacia mí. Vuelve a gritar, pero el sonido, denso, se parte como una sandía estampada contra el suelo. Los sollozos son rojos, al igual que la sangre que se escurre por sus muslos flacos como zumo de sandía. En el suelo, puedo ver las pipas. Pequeñas manchas en las baldosas húmedas, semillas negras que algún día crecerán en mi corazón como plantas carnívoras.
Texto de DAVID CASAS PERALTA